Todos somos un poco impostores: Una mirada funcional y compasiva al Síndrome del Impostor

Todos somos un poco impostores: Una mirada funcional y compasiva al Síndrome del Impostor

Por: M. Psic. C.C. Carlos Salinas G.

Introducción

¿Cuántas veces has sentido que no mereces estar dónde estás? Tal vez fue antes de una presentación importante, cuando ibas a compartir una idea en una reunión, o simplemente al recibir un elogio. Esa vocecita que dice: “Si supieran quién soy en realidad…” aparece sin avisar, como una sombra que empaña tus logros, cuestiona tus capacidades y te susurra que, de algún modo, estás engañando a los demás.

Eso tiene un nombre: El Síndrome del Impostor.



Aunque suena como un diagnóstico, no lo es. Es más bien un fenómeno humano profundamente común, que aparece cuando el dolor toca nuestras zonas más sensibles: el valor personal, la competencia, el sentido de pertenencia. En realidad, no se trata solo de una duda cognitiva —se trata de una experiencia emocional intensa, vivida en el cuerpo, moldeada por la historia de cada quien y sostenida por una relación particular con el lenguaje.

Y aquí viene lo curioso: sentirse como un impostor es una señal de que estás en contacto con algo que te importa. No sentir nada, no dudar, no cuestionarte, podría ser señal de lo contrario.

Desde la mirada de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), el Síndrome del Impostor no es una etiqueta que hay que quitar, ni un pensamiento que hay que erradicar. Es una oportunidad. Una invitación a mirar más profundo: ¿qué me importa tanto que me duele sentir que no soy suficiente? ¿Y qué puedo hacer desde ese lugar?

Este artículo propone una exploración desde el enfoque funcional-contextual, tomando como base el modelo ACT-RNT (pensamiento negativo recurrente) presentado por Andreas Larsson y Carolina León en el ACBS World Conference. Veremos cómo entender el Síndrome del Impostor no solo desde los contenidos que lo forman, sino desde los procesos psicológicos que lo mantienen, y más importante aún, cómo movernos hacia una vida con sentido incluso en presencia de ese impostor interno.

Desarrollo

El Síndrome del Impostor fue descrito por primera vez en 1978 por Clance e Imes. Se refiere a una experiencia interna de creer que uno no es tan competente como los demás creen. Quienes lo experimentan tienden a atribuir sus logros a factores externos —como la suerte o el error— y temen ser “descubiertos” como un fraude.

Aunque no es un trastorno clínico, su impacto emocional puede ser considerable. Se asocia con ansiedad, depresión, perfeccionismo y baja autoestima. En ambientes laborales o académicos, puede llevar al agotamiento, dificultad para recibir retroalimentación y evitar asumir nuevos retos.

Existen cinco subtipos del Síndrome del Impostor: el perfeccionista, el experto, el genio natural, el solista y la súper-persona. Cada uno refleja una forma distinta de vincular el sentido de valor personal a un ideal rígido de desempeño.

Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), lo que mantiene este fenómeno no es el contenido del pensamiento (“soy un fraude”), sino los patrones rígidos de evitación experiencial, fusión cognitiva y desconexión de los valores.

El modelo ACT-RNT (pensamiento negativo recurrente) describe cómo pensamientos como “no soy suficiente” pueden volverse repetitivos, intrusivos y generalizados a múltiples áreas de la vida. Estos pensamientos suelen estar acompañados de estrategias de escape, como el perfeccionismo, la procrastinación o el sobreesfuerzo, que a corto plazo alivian la ansiedad pero a largo plazo refuerzan el ciclo del impostor.

Este ciclo se sostiene por la “incoherencia” entre lo que hacemos y lo que valoramos. En vez de actuar desde lo que nos importa, nos movemos para evitar sentirnos un fraude.

La propuesta no es eliminar los pensamientos de impostor, sino cambiar nuestra relación con ellos. ACT propone usar herramientas como la defusión cognitiva (ver los pensamientos como lo que son: eventos mentales) y el Yo como contexto (una perspectiva más amplia y flexible del sí mismo).

Un pensamiento como “no debería estar aquí” no es una verdad absoluta, sino una expresión del miedo. Podemos aprender a sostenerlo sin dejarnos controlar por él. Desde ahí, elijo actuar en dirección a lo que importa, incluso si la voz del impostor sigue presente.

Una estrategia poderosa en el trabajo con este fenómeno es identificar la “jerarquía” de los pensamientos impostores: cuáles son más antiguos, más dolorosos, más generalizados. Muchas veces descubrimos que hay una raíz más profunda —como “no soy digno” o “no soy suficiente”— que alimenta una serie de pensamientos derivados.

Explorar estas jerarquías ayuda a darle orden a la experiencia interna y permite al terapeuta (o al lector) encontrar puntos clave para intervenir. También permite visibilizar el impacto que tiene esta narrativa en diferentes áreas de la vida.

El corazón del trabajo está en reconectar con los valores. ¿Qué tipo de persona quiero ser, incluso si me siento como un impostor? ¿Qué es tan importante para mí que vale la pena atravesar esta incomodidad?

La autocompasión —vista como una sensibilidad al sufrimiento con el compromiso de aliviarlo— es fundamental. Cultivar una voz interna más amable, curiosa y comprensiva puede cambiar radicalmente nuestra forma de enfrentar estas experiencias.

Desde ACT, no se trata de cambiar cómo te sientes para vivir como quieres, sino de vivir como quieres incluso si eso incluye sentirte como un impostor.

Cierre: Todos tenemos un impostor dentro

Todos, en algún momento, nos sentimos como impostores. No porque lo seamos, sino porque estamos en contacto con algo que nos importa. El Síndrome del Impostor no es el enemigo; es una señal. Una señal de que hay valores vivos, de que hay algo en juego.

Podemos aprender a reconocer esa voz interna, sin obedecerla. Podemos dejar de pelear con ella, y empezar a caminar con ella. Podemos elegir actuar con coraje, compasión y dirección.

Así que la próxima vez que esa vocecita te diga que no mereces estar donde estás, puedes responderle con honestidad: “Sí, a veces me siento así… y aun así, estoy aquí. Porque esto me importa.”

“Antes huía del dolor, ahora lo respiro”

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